Oré unas cuantas plegarias en nombre de las que nunca obtuvieron notoriedad. Para que me dispensaran de atentados que no mancharon las páginas de mi diario. ¡Que me disculpen si yo no me puedo perdonar! Que me exilien con todas las cantinelas que deshonraron al gusto. Y acepto si niegan mi pesar. Claro. Demasiada formalidad en una entidad echada en la cama del agravio. Forzada entre gemidos para llegar al culmen del misticismo. ¿Cómo no gozar entre la simetría del clímax? ¿Cómo no palpar el cenit del deleite?
Insultada por el arropo de las sábanas, nuestros cuerpos fraguaban privados de atuendos. Asiendo puñados de placer sin deber. Sin más trances que el pacto de nuestra fricción. ¡Que declaren las paredes desnudas si poseímos la ambrosía! No fingirán si enumeran nuestros orgasmos. Pero que expongan, si tan francas se resuelven, cómo quedó la morada tras la marcha del ardor. Cuan helado quedó mi néctar. Y qué mancillado fue el sonido con palabras de amor. La mentira nunca fue tan real, tan obvia para ambos. Ni siquiera tuvo cara, cuando miraba desde unos ojos huecos al desierto de mis pupilas.
Y se fue, alejándose lento y transpirado como el estío. Dejando atrás un colchón ultrajado y una amante distraída. "¿Por qué no suena de sus labios un 'no te marches, por favor'? ¿Por qué no hace acopio de su necesidad? ¿Ya se fueron las descargas que marcaron mi piel en la suya?" Pregunta su juicio, mientras mira el contraste de mi cabello en la almohada. Ya no hay rescate en esta estancia, comprende con quebranto, sin más alboroto que el crujido de la puerta al abrir y el rumor del sigilo al cerrar.
Yo, tumbada en el lecho de los penitentes, estudio la claridad de una farola. Concibiendo la pureza del brillo que algún día tuve. Que en algún momento volveré a tener sin artificios. Siendo faro en una perpetua noche sórdida. Perjurando con labios secos, que nadie me arrebatará el proceso del cambio. Ni un galán peregrino, ni un apuesto veterano. Porque nunca seré cautiva de la tercera persona sin ser dueña de la primera.
Mecida por la confianza y el arrullo de la llovizna en las calles, concebí que pese a las circunstancias, nunca fui una canción sin escribir. Me crearon con los tonos que sólo ciertos artistas pueden tocar. Siendo oral, abstracta, volátil, ingrávida, intangible.. Mudable en los tonos agudos, cambiante en los graves. Canción, sólo interpretada por virtuosos que sin ser conscientes, representan una pieza única.
Y aunque músicos se crean capaces de llegar a la comprensión de mis letras con el simple tanteo de mis cuerdas, nadie fue ilustrado de mi auténtica melodía.